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El Cuerpo Digital: Desconocido, Desapegado y Desaparecido

La pandemia como un potencializador de los efectos de la tecnología en la corporalidad. Los filtros de redes sociales y el autoestima. La in...

  • La pandemia como un potencializador de los efectos de la tecnología en la corporalidad.
  • Los filtros de redes sociales y el autoestima.
  • La insuficiencia de las telecomunicaciones en los vínculos humanos. 


Los últimos dos años de la humanidad han sido extraños para el cuerpo. Bajo la amenaza de una enfermedad desconocida, ha sido cubierto, confinado y vacunado. Entre todo este trauma, una afectación al cuerpo se vió potencializada: los efectos de la tecnología. Por el periodo de confinamiento, la mayoría de las interacciones humanas se mudaron al mundo digital, y a pesar de que el mundo se acostumbró a ello con relativa facilidad, el cuerpo sufrió los efectos secundarios. En primera instancia, el cuerpo comenzó a separarse de sí mismo, a volverse ajeno hasta dejar de reconocerse y comenzar a odiarse, y en segunda, el cuerpo desapareció por completo.  



El Ideal en la Pantalla


Las juntas, las clases y las reuniones se movieron a zoom. Todas las personas con las que interactuamos se transformaron en rostros dentro de una pequeña cajita, incluso nosotras y nosotros mismos. Rápidamente llegaron los memes de la práctica común de verse a sí mismo, sí misma, en lugar de ver a las demás personas en la llamada, pero este pequeño narcisismo, aparentemente inocente, tiene su costo. 




Como comenta el filósofo coreano-alemán Byung-chul Han en su texto ZoomFatigue (2021): “Cansa contemplar el propio rostro en la pantalla, estamos todo el rato frente a nuestro propio rostro” (Han, 2021, p.2). Pero, ¿por qué es cansado? Es cansado porque permite que nos demos cuenta de nuestros defectos. Al mirar tanto tiempo el propio rostro a través de la pantalla, salen a relucir las ojeras, las arrugas, la forma de nuestra cara, todos esos pequeños detalles que jamás nos habíamos detenido a ver antes. “Durante la pandemia todo el mundo se confronta sobre todo con su propio rostro”, puntualiza Han, “Ante la pantalla nos hacemos una especie de selfi permanente” (Han, 2021, p.3). 


Este selfi permanente, sin embargo, no es algo enteramente nuevo para nuestra sociedad. Con las redes sociales, constantemente debemos encarar a nuestra cara, aunque muchas veces, esta no es del todo nuestra. Aplicaciones como FaceTune, o los filtros de Snapchat e Instagram, llevan años distorsionando la percepción que tenemos de nuestro propio cuerpo. Estos filtros llevan a que las personas creen expectativas de su propia apariencia que se acerca más al ideal de belleza que su apariencia natural, llevando a que se sientan decepcionados al enfrentarse a un espejo sin filtros ni ediciones. 




En una entrevista con Forbes, la psiquiatra infantil Dra. Helen Egger explica que las expectativas poco realistas contra las que medimos nuestra apariencia ya no son las imágenes lejanas y ajenas de una celebridad, sino que nos comenzamos a comparar con una versión imaginaria y fabricada de nosotras y nosotros mismos. De acuerdo con una investigación de la psicóloga Phillippa Diedrichs, un 60% de jóvenes se sienten decepcionadas cuando su apariencia real no se iguala a su apariencia en línea. Esta inhabilidad de estar a la altura de nuestros rostros ideales, comenta la Dra. Egger, puede causar ansiedad, depresión y desordenes alimenticios, incluso puede llevar a un trastorno dismórfico corporal. Esto es tan común entre usuarios de redes sociales, que el cirujano plástico Dr. Tijon Esho acuñó el termino snapchat dysmorphia para describir el fenómeno de personas que buscan cirugía plástica estética para lograr que su rostro se parezca a el rostro filtrado que ve en pantalla. Con la tecnología, el cuerpo se ve a sí mismo idealizado, tanto, que termina perdiéndose en una espiral de odio propio. 



La Eliminación del Cuerpo 


Además de tener que enfrentarse a sí mismo, el cuerpo cada vez más debe enfrentarse a la soledad, a la lejanía entre sí y otro cuerpos. Esto nuevamente se vió agudizado por la pandemia, pero esta creciente falta de contacto entre cuerpos lleva tiempo siendo adoptada por la sociedad. Con las redes sociales, las interacciones humanas ya no tienen que darse, necesariamente, frente a frente, ni cara a cara. Pensábamos que las interacciones digitales se igualaban a los encuentros físicos, pero cuando estas interacciones remotas se volvieron absolutas, estas también se volvieron insuficientes y nos hundimos en la soledad. 


Las personas comenzaron a extrañar la socialización, puesto que a pesar de su nombre, las redes sociales no crean una socialización real entre personas, no acercan a las personas, puesto que, como lo explica Han en En el Enjambre, “lo digital elimina ambas cosas [lejanía y cercanía] a favor de la falta de distancia, que significa una simple eliminación de la distancia.” (Han, 2018, p.56) A pesar de que lo parezca y la mayoría de las personas lo crean, las redes sociales y los medio digitales no nos acercan el uno al otro, simplemente eliminan la distancia entre ambos; no intercambian la lejanía por cercanía, simplemente deja de existir la distancia, por lo que a pesar de tener la posibilidad de interacción, no nos sentimos más cerca, y la sensación de soledad permanece.  


Durante el periodo más estricto de confinamiento, el New York Times publicó un articulo explorando el hecho de que con la cuarentena las llamadas telefónicas tradicionales se habían vuelto más populares de nuevo, por la necesidad que comenzaron a sentir las personas de simular una interacción social genuina, porque de pronto nos dimos cuenta que no son suficientes los me gusta, o los stickers de whatsapp. Aún entonces, no es suficiente. Las llamadas telefónicas e incluso las videollamadas, que son posiblemente lo más cercano que tenemos a una interacción real, no crean un contacto de verdad, pues a pesar de todos los esfuerzos que se hagan, Han explica que “la comunicación digital es pobre en mirada” (Han, 2018, p.30), pues como explica en ZoomFatigue: “En una videoconferencia, por motivos puramente técnicos, no podemos mirarnos a los ojos. Clavamos la vista en la pantalla. Nos resulta agotador que falte la mirada del otro”(Han, 2021, p. 3).


Esto se debe a la necesidad natural que tenemos de estar en contacto con otras personas: “la mera presencia corporal del otro tiene algo que nos hace sentir felices, de que el lenguaje implica una experiencia corporal, de que un diálogo logrado presupone un cuerpo, de que somos seres corpóreos” (Han, 2021, p.3). No es lo mismo tocar una pantalla que sentir la piel de otro ser humano, y no es lo mismo ver a alguien directamente a los ojos, que pasarnos los días mirando a secas a una cámara. 


“El medio digital despoja la comunicación de su carácter táctil y corporal” (Han, 2018, p.28), y así la tecnología poco a poco borra al cuerpo de las interacciones sociales, hasta desaparecerlo y eliminarlo por completo, dejándonos sin nada más que una pantalla fría, oscura y vacía. 


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